siguiente
anterior
9 Pág. Música Retratos de colegas

 

Recuerdo que en Eslovenia, a pedido suyo, me coloqué en los dedos sus anillos y en las muñecas su reloj y sus pulseras para que no se  extraviaran, mientras él impactaba al público con su dexteridad corporal.

Crecido en el mundillo del break dance isleño, Israel aporta a la salsa movimientos inverosímiles heredados de dicha cultura. La precisión con la cual su cuerpo se vuelve el de un robot, para luego recobrar la plasticidad del cabaretero o el ‘tumbao’ incomparable del sonero, es todo un modelo del género.

Pero por sobre todas las cosas Israel es mi amigo. Un amigo entrañable,  que fui apreciando cada vez más en nuestros encuentros casuales (Munich, Ljubljana, Portoroz...) o provocados (lo invité a enseñar en mi escuela de Ginebra, me devolvió la cortesía en Stuttgart y Berlín).

Diversas anécdotas jalonan nuestra amistad indefectible, nos pertenecen y no viene al caso contarlas. Evoco simplemente en el recuerdo; carcajadas infantiles con o sin razón, palabras de aliento como remedios contra la desazón, el día  en que se arrodilló para agradecer por el corazón de cristal que mi hija me pidió le obsequiara; la noche en que el cansancio nos llevó a  mirarnos y a marcharnos de una fiesta sin concertarnos más allá de ese intercambio cómplice y fugaz.

"¡El baile del perro!" —otra de sus locuciones predilectas. Israel va por el mundo sembrando sonrisas. Sacándole brillo a los rostros que lo circundan tanto en las aulas donde dicta cátedra como en las avenidas del lujo o los callejones de la humildad en los cuales  camina sin cambiar de actitud.

Su postura en los recintos donde la salsa es docencia me lleva a  terminar este retrato con un poema que hace años escribí, que habla de la enseñanza y del latir del corazón (a sabiendas de que la salsa  no se enseña inmóvil predicando, el sentido como verán es figurado) y que a su vez me habla, casi diría que directamente, de mi amigo Israel: